Allá por los años 70, la guerrilla que usaba antifaz peronista, había inventado un mito. Enarbolaba la figura de Evita, convirtiéndola en la izquierdista que ella nunca había sido, para oponerla a la de un Perón a quien los montos consideraban aburguesado. En otras palabras: fue la figura elegida para llevar agua justicialista al molino de la izquierda.
En realidad, salvo para los muy ingenuos, era ostensible que Perón no había cambiado y que Evita, de haber vivido entonces, hubiera sido cualquier cosa menos la montonera que ellos cantaban («Si Evita viviera, sería montonera»).
Nadie podía dudar de que El General seguía siendo lejano al marxismo e inflexible en cuanto a no compartir su puesto de timonel. Pero claro, inventar mitos, con los muertos es posible. Y como Evita llevaba veinte años fuera de este mundo, era fácil atribuirle posturas que jamás había tenido.
Evita, fue incondicional a su marido y refractaria a toda idea de izquierda. La Abanderada de los trabajadores fue pasional, pero de la Tercera Posición que postulaba el peronismo.
Allá por los años 50, el aparato propagandístico del peronismo, dueño de casi todos los diarios y radios, con la hábil dirección de Apold, dio a Eva una dimensión mítica. Que llegaba a todas las escuelas, en las que era obligatoria la lectura de su libro autobiográfico, La razón de mi vida.
Pues bien, aunque los K se fingen herederos intelectuales de los montos -con la anuencia de sus sobrevivientes, hoy empresarios o ricos burócratas- no menean a Evita como bandera. Aunque alguna organización barrial, de dirigencia rentada, lleve su nombre, su imagen dejó de ser estandarte.
MAQUINA PUBLICITARIA
Es que los K han creado su propia máquina publicitaria. Y para mitos, ellos mismos bastan y sobran. Cristina reina, a veces intempestivamente, y deja crecer el culto a su personalidad. El olimpo K no admite dos soberanas, sólo cabe ella.
La bandera de Evita, podría jugarle en contra. Porque, aunque ésta no desdeñara el lujo -todo lo contrario- los humildes la consideraban propia. Y la amaban, prescindiendo del boato en el que se había sumergido.
No pasa lo mismo con Cristina. Cuando desembarcó en Buenos Aires lo hizo con los millones mal habidos en Santa Cruz, luciéndolos ostentosamente. Y entre ella y el pueblo, siempre conservó una prudente distancia. No era el caso de Evita, cuyo carisma conmovía realmente a los suyos.
Los K están gastando fortunas en crear su propia mitología. Así, inventaron un Néstor Eternauta que, como aquél de la antigua historieta, atravesaba los tiempos e inspiraba desde lo alto a Cristina, quien, mirando al cielo, hablaba deÉl.
Una organización que, no casualmente, lleva el nombre de un expulsado por Perón -La Cámpora- difunde cristinismo. Y, como en la más medioeval monarquía, prepara el ascenso de Máximo al cielo de los elegidos. Hoy por hoy, como dijimos, reina Cristina. Para ella es, pues, toda pleitesía.
De modo que, en este aparato propagandístico, no entra, en primer lugar, el propio Perón -a quien Cristina siempre detestó- ni la motivadora marcha de su partido, ni, tampoco, Evita. Y resulta que hoy, la billetera -ola caja– la maneja la vice. Y la pone a su servicio, no al de memorias que muy posiblemente no la ayuden.
Entre las muchas diferencias entre el peronismo y el kirchnerismo, está en que Perón y Evita tuvieron por base el apoyo de trabajadores. Es decir, de gente que vivía de su oficio o profesión. En cambio, los K recuestan su base electoral en los marginales, en los que cobran planes y no trabajan. Es que un trabajador puede cambiar de opinión y de voto. Un marginal, no.
Mejor no menear, entonces, a la Abanderada de los trabajadores. Que reine Cristina. Y que, como en toda buena monarquía, Máximo herede su cetro. Esa es la propuesta. Veremos.
Daniel Zolezzi.
Fuente: Diario La Prensa