Creía, a esta altura, estar más allá de toda sorpresa. Sin embargo el 30 de junio último quedé con la boca abierta: Clarín incluía un suplemento de cuatro páginas, producido por IDM media, con un panegírico sobre en centenario de la creación del Partido Comunista Chino. ¿A qué viene? ¿Qué tiene que ver con nosotros, complicados habitantes del Sur final de la Tierra?
Para explicarlo escriben tres o cuatro empleados públicos de distinto rango, pero también firman el embajador Sabino Vaca Narvaja -claro-, y el inasible Jorge Taiana -más claro-. Pero lo que colma la medida es una colaboración de nuestro canciller Felipe Solá, de quien hubiéramos podido esperar muchas cosas, pero no tantas.
Evitando citar a los demás adulones, sólo voy a reproducir líneas de Solá que marcan el tono.
«La relación bilateral es amplia y diversificada… Los dos países impulsamos activamente los contactos entre nuestros pueblos, empresas y sociedad civil, así como entre provincias y municipios y entre parlamentos, permitiendo identificar nuevas oportunidades en áreas como comercio, finanzas, agroindustria, inversiones, energía, infraestructura, ciencia y tecnología, cooperación espacial, educación y cultura, entre otras.» (Claro Felipe, sobre todo entre las otras que quedan…). «Bajo el liderazgo de los presidentes Alberto Fernández y Xi Jinping (dos titanes en el ring según la elemental consonancia, Felipe) hemos alcanzado, a través del trabajo conjunto (todo ese trabajo conjunto, Felipe), un fuerte entendimiento (del lunfardo al mandarín) que, sin lugar a dudas, contribuirá a fortalecer en los años venideros la Asociación Estratégica Integral (Integral, ¡bien Felipe, así!) que une a nuestros países.»
No tiene uno nada contra los inmigrantes del lejano oriente. Al contrario, los descendientes de japoneses han demostrado ya un patriotismo argentino que nos enseña y enorgullece; los provenientes de Corea se asimilan de inmediato y asombran por su inteligencia y laboriosidad. Por ahora no se puede decir lo mismo de los chinos: salvo una ejemplar prolijidad para hacer las cuentas hasta el último centavo en sus «chinos», ni el aseo ni el sostén de la «cadena de frío» son lo suyo. En cambio, a excepción de los números, ya son proverbiales su desprecio por nuestro idioma y sus pocas ganas de hacerse amigos. En su descargo, los hemos visto sufrir cuando su comunidad les deporta los hijitos para devolverlos a China a fin de que mantengan su cultura con los padres «en off».
Entretanto, ya tienen toda la libertad de exportarnos lo que sea, ya tienen su base atómica infranqueable, ya están por tener la hidrovía. Todo gracias a los sucesivos gobiernos de Cristina. Ahora cabe preguntarse si -como dice Solá- nos van a apoyar firmemente para «encontrar una solución pacífica a la disputa con el Reino Unido» por nuestras Malvinas, qué más van a pretender a cambio.
Permítaseme porque está claro. Más allá de las líneas de los otros «cuatro de copas» que contribuyen con estas insólitas páginas de ponderación y festejo al Partido Comunista Chino -no a la China milenaria, precisamente-, qué se puede decir de la actitud de nuestros veteranos senador/subversivo y canciller/agropecuario. Ellos mismos, en los antiguos tiempos en que sus arterias estaban más permeables, seguramente hubieran sentenciado -leyendo a quienes hubiesen estampado así su firma a favor de países culturalmente mucho más afines- que se trataba de unos imperdonables «cipayos».
Por Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa.