Haber señalado desde que apareció la fórmula que hoy nos gobierna que su cabeza estaba constituida por la hipocresía y la enfermedad psicopática, ha compartido la suerte de muchos diagnósticos tempranos: no se los quiere aceptar porque habitualmente las lesiones no producen todavía síntomas, enojan con frecuencia y provocan dudas. Pero reconocerlos y llevar a cabo el tratamiento correspondiente salva muchas vidas con el menor daño funcional.
Desgraciadamente, no se está actuando así frente a la enfermedad de la patria. Por el contrario, la patológica hipocresía que de entrada fue patrimonio del Presidente se ha ido generalizando. Y nada más claro que el vergonzoso episodio del robo de las vacunas para manifestarlo.
Por supuesto, apenas se habla con quienes están trabajando en los centros de vacunación se oye asegurar que en cada sitio funcionarios, políticos y sindicalistas han apartado buena cantidad de dosis para sus favorecidos, más allá de toda indicación médica y de lo relativamente poco que ha salido a la luz.
Sin embargo, con lo repugnante que resulta, eso no es lo peor. Mucho más grave es el contagio cada vez más amplio de la hipocresía. ¿Tanto apreciarán al brujo los aprendices como para imitarlo fervorosamente?
Sería comprensible la contaminación de los más cercanos a quien simula ser primer mandatario: jefe de gabinete, ministros, secretarios. Pero hoy por hoy hasta el último militante de su partido finje sin ponerse colorado en la más inocente entrevista. Este “profesor universitario” de papeles no tan claros ha demostrado, en poco más de un año, que es un eficaz docente en su cátedra de “Mentira”. En esa tarima, desde ya, contradecir a la tarde lo que se ha dicho de mañana es uno de los más elementales trabajos prácticos.
Pero hay una excepción en el elenco gobernante que debe ser reconocida. La Vicepresidente manifiesta, en general, lo que piensa. Y aunque excepcionalmente guarda silencio mientras ve que los vientos le son favorables y debilitan a quienes podrían discutir su poder, no dice una cosa por otra. Lamentablemente eso no puede anotarse como una virtud: es rasgo típico de su personalidad psicopática, que no sobreviviría libre de rasgos perversos. La permanente necesidad del conflicto anclada en el fondo de su espíritu no puede tolerar doblez: tiene que embestir siempre y habitualmente para destruir. Y semejante personalidad patológica al frente no deja de ser responsable de las inseguras idas y venidas de sus súbditos.
Aún así, el Presidente acaba de escapar por un momento a su regla. Fue en Méj́ico, para hablar mal del propio país. Eso -entiendo que inaugural en la trayectoria de nuestros irregulares primeros mandatarios- sería imperdonable si se tratase de un hombre de bien.
Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa.