No vale la pena hablar de la izquierda. Nos gobierna casi sin pausa desde la vuelta de la democracia y va por más, como siempre. Sus representantes hablan como predicadores y gastan como plutócratas. La gran mayoría de los argentinos lo sabe y lo tolera cada día menos.
En cambio, cabe aclarar acerca de la derecha. Porque, quizás siguiendo una ola que crece en Europa y Estados Unidos a la que la mayor parte de los medios intenta descalificar llamando ultraderecha, aparecen también aquí líneas que adoptan o reciben el nombre de derechistas habitualmente sin serlo sino en aspectos económicos y, por lo mismo, no genuinas.
Hay que empezar por recordar que lo que habitualmente se llaman izquierdas y derechas tienen común origen en la Asamblea de la Revolución Francesa. Y así también les es común su espíritu burgués, materialista y descreído. La facción derechista se caracteriza por su afán preponderantemente pecuniario y, en particular, financiero. Le hace daño y es tan ajena como la otra a una patria nacida de la mejor España y nutrida luego por la mejor inmigración, humilde y religiosa en su mayor parte.
En cambio, mezclado adrede allí dentro por la destructora cultura ambiente, hay un conjunto vasto de gente de siempre, a la que se llama de derecha para confundir y a la que habría que calificar de tradicional para distinguirla de los advenedizos materialistas. Sobre ésa vale la pena reflexionar cuando contra los socialistas que nos gobiernan sólo se agitan -o, mejor, sólo logran repercusión mediática- los que se expresan en materia económica. El hecho de que éstos piensen que tenía razón Adam Smith al hablar de la competencia y el juego económico, estableciendo que del choque de ambiciones entre quien quiere vender caro y quien quiere comprar barato surge el precio justo, lo dice todo. No se puede alegar ingenuidad cuando se está estableciendo que de la contraposición de dos egoísmos, de dos mentiras, nacen la virtud y la verdad. Estos economicistas, almas ganadas por la especulación, son los representantes de un modo de ser que, como el otro de la izquierda, también quiere hacer del hombre un esclavo. Aquéllos lo hacen del Estado sovietizado; éstos del mercado soberano. Como si el hombre argentino tuviera sólo bolsillos y no alma.
UN LEMA INCOMPATIBLE
Refirámonos entonces a los hombres que, a sabiendas o no, han escapado al influjo de la Revolución Francesa. A aquellos para quienes el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” es en absoluto incompatible con su amor por la independencia, con su aceptación de que todos somos iguales ante Dios pero también sagrados en nuestras diferencias, con su sentido de la caridad hacia el prójimo. Quizás haya habido algunos de éstos sentados a la derecha en la Asamblea revolucionaria parisina; pero en ese entonces los verdaderos hombres derechos fueron quienes se batieron hasta el martirio en la Vendée, por su patria, por Dios y por el rey, aun a pesar del rey. Eran los hombres de siempre, de aristócratas a labradores, curas y laicos, que creían en lo de siempre: la sujeción al orden objetivo bajo el que habían nacido, el respeto a lo aprendido de los padres y la noción de su propia pequeñez llena de responsabilidades ante la historia y ante el Creador. Hombres que percibían el “santo temor de Dios” con naturalidad; no como el miedo al Todopoderoso patrón de los castigos, sino como la pena límpida por no ser capaces de estar a la altura de Su amor.
Un hombre de derecha, que así entendido podría llamarse mejor un hombre tradicional, un hombre de siempre, es entonces alguien que se ata voluntariamente al deber surgido de la noción de que lo poco que se es vale sólo en función de ponerlo al servicio del prójimo, reflejo y objeto del amor de Dios. Pero ese deber implica honor, y es el sentido del honor –callado habitualmente, manifiesto cuando hace falta- lo que distingue al hombre de derecha. El honor implica la verdad: la obligación moral de la verdad en la relación uno a uno con los demás; el sentido de la verdad que hasta puede llegar a poner en peligro la empresa general ante la obligación particular.
La lealtad está implícita en las relaciones políticas de los hombres de derecha así entendidos, y la primera lealtad es con la palabra dada. A diferencia de los izquierdistas, cuya idea de la verdad y la palabra empeñada está supeditada al progreso de la Revolución y por eso no titubean al mentir en su nombre, el hombre tradicional es por naturaleza conservador porque se ve obligado por su conciencia a proteger todo lo que de verdad ha recibido del pasado, verdad que en su escala humana es el resto histórico de la Verdad original.
HONOR Y LEALTAD
Honor y lealtad se resumen en un inquebrantable sentido de la independencia, que se exige para sí, pero que se quiere para la familia y para la patria. Y que necesariamente se respeta en los otros: individuos, grupos o naciones. Ese respeto proviene de saber que la vida es sagrada y que de tal idea surgen una serie de obligaciones para el hombre de siempre. Por eso, si acepta en extremo disponer de la vida en la guerra, la defiende sin concesiones ante las políticas del aborto y la eutanasia, caras a los materialistas. Por lo mismo, repugna de los llamados “Derechos humanos”, producto de la Revolución, que manipula la izquierda creando una Justicia tuerta. Ante la sacralidad de la vida de los hijos de Dios, crecen las obligaciones de las almas nobles en la misma medida en que se pulverizan los derechos de los resentidos.
Ser de derecha, ser nacionalista, ser conservador, no significa ser xenófobo ni pasatista. Quiere en cambio decir no profesar acerca de la inteligencia endiosada ni de su limitada ciencia. Es tener claro que la verdad científica de hoy puede ser error grosero mañana, y no confundir las verdades relativas de lo humano con las absolutas de las cuales la Fe nos alcanza una salvadora noción. Pero también ha sido siempre saber servirse respetuosamente de los descubrimientos de los hombres, con la prudencia que puede devolverlos transformados en bien para otros.
Los de derecha que, por lo que antecede, tienen clara conciencia de los límites, saben que esos límites deben ser defendidos. Y que la defensa de los límites –personales, grupales, nacionales- requiere en ocasiones de la violencia justa. Pero saben también que la violencia justa se ejerce a cara descubierta y a la luz, porque implica como pocas cosas al honor. Por eso el verdadero hombre de derecha abomina del atentado nocturno y aborrece el terrorismo. Porque honor y verdad se levantan al sol y porque por eso mismo son abominables las sociedades secretas. El que actúa a lo oscuro, desde las tinieblas, llámese como se llame, no es de derecha.
PENSAMIENTO UNIVERSAL
Así entendido, el pensamiento de derecha es universal. Y los hombres tradicionales, los hombres de siempre, se reconocen a lo largo de las épocas y de las civilizaciones. Pero saben también que el alcance de sus principios, de su honor y de su amor requiere en cada momento de las humanas fronteras de las familias y las patrias. Y que, como dijese con ilustre intuición José Antonio Primo de Rivera, el destino universal de los hombres sólo se adquiere desde la unidad de la patria. Tal sentido trascendente de la patria provoca especial dolor y especial compasión ante el compatriota necesitado; no es otro el sentido de la solidaridad que ha henchido en todos los tiempos el pecho del derechista.
Sea o no religioso, el hombre de derecha sabe que somos criaturas caídas y, lo manifieste o no según la profundidad de sus convicciones trascendentes, tiene claro que la línea histórica por la que marcha la humanidad no es una recta de evolución progresiva, como pretenden los de izquierda. Esa noción, a la que vino a poner falso fundamento pretendidamente científico el darwinismo, hace a la mala conducta mucho más de lo que pueda aparentar en superficie. El hombre de siempre intuye cuánto puede aprender del pasado y lo estudia con afán y con respeto. Aunque mismo el arte se lo muestre de modo evidente, el progresista genera en cambio la idea de que el hombre de antes era menos desarrollado que el contemporáneo; por eso no tiene el menor cargo de conciencia cuando tergiversa el pasado o sencillamente lo borra, como se comprueba hoy a través de la educación dominada por él.
Así la línea: progresismo versus apego a la tradición opacada. La lógica humana indicaría que los primeros deberían ser individuos alegres, confiados del exitoso camino que transitan. Sin embargo, todo lo contrario, el gesto habitual de la izquierda es hosco, oblicuo, gris, reconcentrado. La derecha, en cambio, es alegre; no se esconde ante el enfrentamiento ni le teme al vino. Es que la derecha, pese a todo lo que impera, tiene esperanza. Esa Esperanza que proviene de la Fe y que debe escribirse con mayúscula.
MARAÑA INSOPORTABLE
Cabe finalmente una pregunta. ¿Podría nuestra patria ser gobernada por esta suerte de hombres de derecha? ¿Hay posibilidades de escogerlos bajo el actual sistema electoral?
Después de la reforma constitucional surgida del pacto Menem/Alfonsín en Olivos todo está cuidadosamente organizado para impedirlo: la representatividad a través exclusivamente de los partidos políticos, el centralismo unitario, la confección mañosa de las listas sábana. En fin, una maraña insoportable para quien no sea cómplice de un sistema a la medida de la picaresca.
Sólo un régimen que permita una genuina representación basada en el conocimiento y la evaluación local de los candidatos, la constitución de abajo hacia arriba de las autoridades y la imposibilidad de nuevas candidaturas para quienes no fueran confirmados desde su lugar de origen, podrá ser punto de partida de la construcción de una república verdadera que reviva a la patria.
Hay que luchar para eso.
Por Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa
Un comentario
Excelente, fué una explicacion, que viene seguramente de un hombre de bien.
Es muy importante Hugo, viralizar, este extraordinario conocimiento, fundamentado, especialmente, lo que un verdadero católico sostiene, SIEMPRE LA VERDAD.
Para que algunos dejen de emplear palabras y sostener asi relatos enciertos.
Un fuerte abrazo.