No sólo la marginación social de raíz económica, sino también la crisis del sistema educativo –crisis de medios y de fines- está en la base del auge de la delincuencia que nos azota. Mientras las izquierdas resaltan la primera como causa fundamental, no son muchos los que se animan a destacar el papel decisivo de la segunda.
Y cuando lo hacen, no alcanzan a advertir dónde, concretamente, residen el problema, toda vez que al enfatizar que la misión fundamental de la escuela es transmitir conocimientos, se olvidan de señalar que es igual de necesario apuntar a la formación moral del educando, sobre todo en una edad en que se configura el plexo de valores que habrá de guiar su conducta durante su paso por la vida.
Ocurre que la escuela argentina, prescindente en material religiosa y preñada de un relativismo moral muchas veces explícito, ha renunciado a esta alta misión formativa, sin llegar a cumplir tampoco en forma adecuada la que se supone es la dominante. No se transmiten normas de conducta ajustadas severamente a la moral natural tanto como no se castigan sus transgresiones. En el mejor de los casos se deriva a los descarriados a los gabinetes psicopedagógicos, que no sirven para corregir sino para explicar y justificar. Los docentes, pésimamente “formados” ellos mismos con la hez del pensamiento pedagógico moderno, viven atemorizados de que se los sospeche de “autoritarios”, “represores”, “anticuados”, abandonando así toda misión tutorial sobre la conducta de los alumnos, porque saben, además, que en caso de conflicto, no tendrán el respaldo de los padres ni de las autoridades.
El resultado de todo esto no puede ser peor y se refleja en el “producto” final. Borricos, indisciplinados, desaprensivos y ayunos de toda noción de los deberes y, en consecuencia, de los límites, podrán proyectar sus deformaciones –a veces inocentes pero no pocas veces delictuosas o cuasi delictuosas, una vez instalados en la sociedad de adultos, las que se potenciarán cuando tomen conciencia de que también aquí el sistema los ampara bajo las mil formas del garantismo zaffaroniano o del laissez passer posmodernista.
No habrá solución para el tema mientras los resortes educativos estén en manos del progresismo, que niega las causas de nuestra tragedia educativa y sólo atina a dar respuestas de índole parecidamente estúpida a la de repartir textos de la peor literatura entre los hinchas de futbol, como no hace mucho lo hizo un Ministro de Educación, para promover la lectura.
Por Jorge Bohdziewicz.
Fuente: El Argentino, Chascomús, 08-11-2003, p. 6, c. 3-4.