El martirio de Carlos Sacheri, vecino de San Isidro.

(Discurso de Mons. Héctor Aguer, al ser incorporado como miembro de la Academia de San Isidro).

La Academia de Ciencias y Artes de San Isidro ha tenido la generosa osadía de incluirme entre sus académicos correspondientes. Me pareció entonces que en mi discurso de incorporación debía abordar un tema que de alguna manera, de costado siquiera, aludiera al carácter y la impronta locales de la institución. La ocurrencia apuntó hacia el caso de Carlos Sacheri, por mí bien conocido, y al hecho concomitante del rechazo de un primer intento de solicitar la apertura, en la diócesis, de la investigación del asesinato del líder católico en orden a su posible beatificación. En mi texto critico el informe presentado por un canonista al obispo del lugar, mi compañero de estudios y querido amigo Mons. Oscar Ojea. Incluyo también el acicate a una nueva presentación, mejor y más profundamente compuesta, si es posible, para otro momento.

El sustantivo mártir, procede del griego: mártys. Forma parte de una familia de palabras: martyrion significa testimonio; el verbo martyréo indica ser testigo, atestiguar; martyría se llama a la deposición de un testigo, lo mismo que martýrema; hay otros términos del mismo lote lingüístico, todos ellos empleados en el griego clásico, desde Hesíodo hasta Platón. El filósofo ateniense se vale de ellos frecuentemente en sus Diálogos.

Mártys y martyrion aparecen luego como términos habituales en el Nuevo Testamento para expresar una realidad insoslayable de la vida cristiana. El Diccionario de la Real Academia Española apunta como primera acepción de «mártir»: «Persona que padece muerte por amor de Jesucristo y en defensa de la religión cristiana». Por extensión se dice de «el que padece mucho o muere en defensa de otras creencias, convicciones o causas» La palabra se ha convertido en un término principal del lenguaje cristiano. Las siguientes citas bíblicas valen como ilustración de lo dicho.

Jesús cura a un leproso y le dice: “Entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio (martýrion), Mt. 8,4.

Con un matiz adversativo, leemos en Mc. 6, 11 como indicación a los Apóstoles, a los que envía en misión: «Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies en testimonio (martýrion) contra ellos».

La predicación del Evangelio en la Iglesia naciente es declaración, revelación de lo enseñado por Jesús y de él mismo, el Resucitado: “Los Apóstoles daban testimonio (martýrion) con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima” (Hech. 4,33).

Por + Héctor Aguer.

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