Hechos y cifras del aborto.

Un profundo afán por terminar con la vida por nacer difícilmente calificable sino dentro de lo patológicamente perverso hace que una vez más se discuta sobre el aborto libre entre nosotros. Ahora parece que va en serio porque es la convicción del Poder Ejecutivo la que promueve la polémica. Si haber puesto el asunto sobre la mesa legislativa fue hace un par de años maniobra oportunista o no, es lo de menos. Sólo permitirse elucubrar sobre matar inocentes es suficientemente grave como para no necesitar aditamentos. Pero volver sobre lo que se impidió según mecanismos legislativos normales implica una obsesión aviesa que manifiesta el Presidente Fernández con una convicción que, singularmente, escapa a su habitual hipocresía.

Así todo, vale la pena resaltar como se recordó oportunamente (Clarín, 26/II/2018, pág. 11), que fue Raúl Alfonsín quien, en 1994, durante la Convención Constituyente, impidió que se clausurase el debate sobre el aborto y evitó que quedase definitivamente establecida en la Ley de leyes la defensa de la vida desde su concepción. Ahí arrancó oficialmente la piedra libre.

Pero los hechos hablan a la buena fe y cabe reiterarlos ante lo que viene.

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Basta el buen sentido para demostrar que –a menos que surjan accidentes naturales o artificiales que lo impidan- un ovocito fecundado se transforma, al cabo del período gestacional, en un niño que es persona humana tanto desde el punto de vista biológico como jurídico. Pero la Naturaleza agrega un dato objetivo que obliga a ser leído con particular seriedad: apenas el primero de millones de espermatozoides penetra en el ovocito maduro que la mujer deposita en la trompa de Falopio durante un ciclo fértil, la membrana celular del óvulo bloquea el ingreso de ningún otro, mostrando la inmediata protección que el gameto materno brinda a esa nueva vida, portadora de un código genético que lo hará único –y en esto no hay exageración sino precisión científica- en toda la historia de la humanidad.

Desoyendo este claro mensaje biológico que habla a nuestra más elemental inteligencia pero también a nuestra más fina sensibilidad, existen quienes pretenden que esa primera célula, portadora de la herencia materna y paterna en combinación singular desde el primer instante de la concepción, no es “persona” hasta que no se producen determinadas circunstancias que le son externas. Unos dicen que ha de esperar unas horas, hasta implantarse el huevo fecundado en el útero, con lo que quiere ocultar el carácter criminal de “la píldora del día después”. Otros, que sólo será persona cuando se desarrolle su sistema nervioso. Los más imaginativos, como el divulgador Karl Sagan (Parade Magazine, April 22, 1990, pág 4), han pretendido que el futuro hombre va pasando como embrión las etapas que atribuyen a la  hasta aquí nunca científicamente demostrada teoría de la evolución; así el vientre materno alojaría sucesivamente a una ameba, un pececito, un renacuajo, hasta que lo habitara un pichón de hombre. Todas son formas de justificar que, practicando el aborto durante esos períodos “libres”, no se estaría eliminando a un ser humano. La teoría más audaz es la que indica que los neonatos “no son funcionalmente humanos hasta que devienen tales en el proceso de socialización” (Ashley Montagu): así se justificaría el infanticidio.

Todo lo anterior tiende a tranquilizar la conciencia de los promotores del aborto, que justifican su postura señalando que defienden a niñas menores pobres que recurren por eso a prácticas no controladas e inseguras ante un embarazo no deseado. Y si esto pudiera ser parcialmente cierto antes de la legalización del aborto, tendría que dejar de serlo luego de sancionada la ley. Sin embargo en Italia -país al que nos parecemos, si los hay- lo sucedido fue que: “Sólo el 8% de las mujeres que abortan tiene menos de 20 años y sólo el 19% es estudiante; el 43% se cuenta entre las empleadas y el 38% entre las amas de casa”. El perfil de la mujer que aborta allí desde la legalización tras el plebiscito de 1978, “es el de una edad comprendida entre los 30 y 35 años, ama de casa o empleada, de condición económica discreta, de nivel de instrucción media, católica practicante con dos hijos, es decir el de un típico exponente de la burguesía media: en el 70% de los casos esta madre considera que desde la concepción el hijo es un ser humano, pero recurre al aborto no obstante ello por razones no fundamentales, llamémoslas contingentes, pero suficientemente fuertes como para debilitar cualquier visión religiosa y moral que hasta hace poco eran consideradas el eje estabilizador del individuo en la sociedad actual” (Massi G . “Etica en Medicina”, Fundación Alberto Roemmers, Buenos Aires 1982). El Profesor Gianbattista Massi, Director del Instituto de Clínica Obstétrica y Ginecológica de la Universidad de Florencia, visitó nuestro país y brindó una conferencia en la Academia Nacional de Medicina donde agregó que, luego de la legalización y la aceptación social implícita, “un conjunto de datos culturales y epidemiológicos nos obliga a reconocer que existe la tendencia a percibir el aborto no como la reparación dolorosa de una contracepción fracasada, sino como un método anticonceptivo propiamente dicho… Un comentario típico de muchas mujeres es: ‘La píldora es un mal, la espiral es un mal, el aborto es un mal, pero elijo este último (gratuito y legal) con la esperanza de que no me ocurra con frecuencia’ ”.

A su vez, ya está claro en los países occidentales que la legalización del aborto provoca más abortos. “Desde Roe vs Wade (el caso líder para la legalización en EEUU, 1973) el número de abortos realizados en los Estados Unidos aumentó de 744.000 a 1.500.000. Los abortos terminaron el año pasado con un tercio de todos los embarazos en la nación. Más de un millón de adolescentes se embarazó y el 38% se hizo un aborto” (Walter Isaacson, Time, abril 6, 1981). Y esto tiene un innegable impacto demográfico y sociológico, que puede ser suicida en un país que necesita población como el nuestro.

Finalmente, los promotores del aborto aducen que se reducirán las muertes maternas. Vale la pena indicar que en 2015 (último año publicado antes del debate pasado por el Ministerio de Salud de la Nación, Dirección de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) del Ministerio, (deis.msal.gov.ar)) el total de muertes por embarazos terminados en abortos (se cuentan siete otras causas además del aborto clandestino) fue de 55. Entre ellos sólo 1 en menores de 15 años y 5 por debajo de los 19 años. La mayor parte sucedió en mujeres entre los 25 y los 29, similar al perfil detectado en Italia.

Pero además conviene agregar, a las complicaciones tardías de los abortos (endometritis, sinequias y esterilidad), la experiencia de los sacerdotes acerca del daño psíquico de las mujeres que han abortado: hasta la vejez siguen confesando una y otra vez su aborto porque, contradiciendo al Sacramento de la reconciliación en que creen, nunca se perdonan.

Las evidencias del deterioro que provoca la legalización son mucho más numerosas de las que caben en este espacio limitado.  Vale para más información consultar el objetivo artículo de  Ségolene du Closel sobre las consecuencias del aborto en Francia, luego de 43 años de legalización (www.infobae.com/opinion/2018/04/16).

Quien vaya a votar a favor del aborto debe saber, sin disculpas, que estará dañando a las personas por nacer, a las madres, y a la Patria.

Hugo Esteva.

Fuente: Diario La Prensa.

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