Inquietantes microquimeras.

Oscuras intuiciones han de haber sido las que llevaron a nuestros predecesores a plantear las quimeras, imaginarias combinaciones mitológicas que reunían partes de animales incompatibles entre sí en la realidad. Choques inmunológicos, desconocidos entonces, se hubieran enfrentado para impedir la aparición de semejantes monstruos.

Pero así como basta observar con libertad las pinturas rupestres para comprender que el artista prehistórico tenía la misma capacidad de abstracción (la capacidad que nos diferencia como humanos) que nuestros contemporáneos; así, con el mismo respeto, es preciso aprender de los testimonios de los hombres de otros tiempos. Aunque lo expresado pueda resultar una herejía para las entendederas de un hombre moderno que insiste en llamar «primitivos» a aquellos ancestros, eximios predecesores del dibujo animado.­

En ese sentido, cierto grado de dominio de la inmunología permitió al científico del siglo XX manipular algún quimerismo. Y, por cierto, se logró así minimizar rechazos inmunológicos haciendo posibles los transplantes de órganos y hasta plantear reemplazo de órganos sólidos inter-especies.

Sin embargo, el reconocimiento de la existencia de microquimeras constituye un reciente mensaje para los hombres del siglo XXI, sobre el que vale la pena detenerse.

Semanas atrás llegó a mis manos una síntesis del problema, redactada por el académico de la Academia Nacional de Medicina Dr. José A. Navia, que reúne importante fundamentación bibliográfica internacional y define al microquimerismo como a «la integración de una población de células genéticamente individuales dentro de otro individuo». 

Dicho de otro modo: células genéticamente distintas, que supuestamente deberían ser rechazadas, no sólo circulan por el torrente sanguíneo, sino que se integran a varios órganos permaneciendo allí por años sin ser destruídas por el sistema inmunológico.  Y esto, que la Medicina sólo viene a descubrir con el nuevo milenio (Callier V. Baby’s Cells Can Manipulate Mom’s Body for Decades, 2015 smithsonianmag.com), ha sucedido desde siempre con cada embarazo aunque no lo supiéramos. 

Al punto de permitir expresar sarcásticamente que «a partir de un embarazo la mujer se transforma en quimera» (Bianchi DW. Fetomaternal cell trafficking: a new cause of disease? Am J Med Genet 2000; 91:22-8). ­

Sin poder definirlo con claridad, siempre se había supuesto que algo debía suceder en la barrera placentaria como «paradoja de la naturaleza» para que el embrión no fuese rechazado por la madre a raíz del material genético proveniente del padre, como sucedería en cambio con cualquier tejido que se implantara quirúrgicamente entre los esposos. Pero hoy se sabe también que células provenientes del hijo en gestación, con su porción de ADN paterno, no sólo no son rechazadas sino que se han hallado incorporadas a órganos de la mujer (hígado, mama, tiroides, cerebro) y pueden incluso protegerla hasta el punto de hacerla más longeva, como señala Navia con citas precisas de los últimos años. 

Todavía más, las células atesoradas de embarazos previos pueden proteger los embarazos de los hermanos siguientes. Y estos intercambios tienen lugar incluso cuando han mediado abortos espontáneos o provocados.­

Vale la pena entonces pasearse por internet para encontrar más sobre estas buenas noticias.­

­LA FIGURA DE CRISTO­

­A fines del siglo XIX la tecnología permitió descubrir la figura de Cristo muerto y, particularmente, su rostro y sus heridas muy similares a los que nos había traído la tradición, a raíz de la fotografía tomada a la Síndone (la Sábana Santa o Santo Sudario de Turín con el que había sido amortajado luego de la crucifixión) por el italiano Secundo Pia el 28 de mayo de 1898. El fotógrafo fue el primer sorprendido de que el Sudario se hubiese constituído en una suerte de perfecto «negativo» de la imagen corporal de Cristo (Upinsky AA. L’énigme du Linceul, La prophétie de l’an 2000, Fayard, France 1998), tema que la Iglesia ha venido tratando con enorme (hay quienes piensan que demasiado grande) discreción.­

Pero, de hecho, lo que interesa aquí destacar es que un mensaje tal como el que guardaba esa figura estuvo preservado hasta que la madurez técnico-científica de la Humanidad se pusiera, a fines del siglo XIX, en condiciones de develarloE interesa traer este recuerdo porque, por su parte, un nuevo mensaje sólo accesible gracias al desarrollo de la ciencia biológica del siglo XXI nos llega de la mano de la genética microscópica a través de las microquimeras.­

Las células fetales, con elementos genéticos de ambos progenitores y aún después de un aborto, permanecen detectables en el cuerpo de las madres y, como mínimo, cumplen una función protectora que se extiende a los futuros embarazos. Vaya entonces ejemplo de amor materno-filial, vaya ejemplo de amor fraterno, este que se nos hace evidente en medio de nuestro descreído segundo milenio.­

Por Hugo Esteva.

Fuente: Diario La Prensa

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