La grieta, es otra; es ética.

Quién inventó lo de la grieta, para describir las diferencias entre los K y sus opositores, no lo sé. Sí, sé que mentarla es un lugar común. Nos dicen que separaría a los argentinos como nunca. No sólo a los políticos, sino, también, a los ciudadanos que los votan. Con o sin intención, la divisoria de aguas que así se pinta, olvida otra. Más importante y más antigua. Que es la que separa a los argentinos de a pie, de la clase política. Ese divorcio, exteriorizado con furia en 2001, persiste. Porque esa casta no ha dejado de lado sus mañas ni sus prebendas. Es decir, persiste en la conducta que la llevó al divorcio.

Volvamos a la grieta de hoy. No cabe duda de que es seria y riesgosa. Pero no fueron menores las que dividieron a la UCR de los conservadores en los años 20 y 30 del siglo pasado o al peronismo y sus adversarios, desde mediados los 40 hasta, casi, el fin de ese siglo. ¿Y qué tal, la guerra civil peronista de los 70? No es necesario remontarse aquí a las querellas entre autonomistas y nacionales ni a las de unitarios y federales. Es cierto que es mucho más áspera la discusión del presente, que la del pasado. Pero, a no perder la perspectiva histórica: en aquellas luchas nadie tiraba con flores.
Ahora bien, la grieta de la que nos hablan todos los días, se torna poco creíble cuando se la pinta como una división pasional entre los seguidores de Cristina y los de Macri. Es que, en verdad, ninguno de ellos despierta pasiones. Al menos, favorables. Distinto es el caso de los rechazos que ambos generan (y, tómese nota, aún dentro de sus propias tropas). Borgianamente, a sus seguidores no los une el amor por su líder. Los agrupa el espanto por el otro. 

Cuando el peronismo era Perón, al general le sobraba carisma. Y eso es algo de lo que Cristina carece por completo. A Perón, cuando el abrumador éxito del 73, los aliados se le colgaban. En cambio, Cristina los tiene que buscar por imperiosa necesidad. Sola, sabe que no llega. (Así, debió recurrir a una figura secundaria, cavallista de origen y de trayectoria zigzagueante. El señor Fernández. Quien, sin votos propios, pudo aportar los muy decisivos, valga la paradoja, de los indecisos).

Tampoco Macri llegó a la presidencia por su atractivo personal, ni por el brillo de su intelecto. El cansancio que reinaba respecto de todo lo que fuera K, le brindó una oportunidad única. Siendo que supo aprovecharla, no debe soslayarse que no fue él quien la construyó. La oportunidad hizo al político y no la primera a éste. Ya demostró el ingeniero, que la presidencia le queda grande.

Vuelvo a la otra grieta, que es mucho más importante. Porque es permanente y no un alineamiento momentáneo. La que separa a la gente, de todo lo que huela a política. Oímos a diario que ésta es una actividad intrínsecamente sucia. Y que está más sucia que nunca. Puesto en términos precisos, el hombre de la calle descree de la clase política. Sufraga por los unos o por los otros, con casi nula convicción de que las cosas cambien. Y cree, con fundadas razones, que esa clase es sorda, ciega y muda ante los negociados de la propia tropa, aunque algunos roben más que otros. 

Que la grieta entre partidos, no nos distraiga de la realidad. Y esto no es negar una parte de ella, esto es, la de la rivalidad entre partidos. Tampoco es olvidar que los K «van por todo», aunque en el camino se pierda lo que queda de República. Que la grieta de los medios no nos oculte la más grave. El hastío hacia los políticos, de ambos bandos, está allí. Es palpable. Si ellos no cambian -o no los cambiamos por cuotas, sufragio mediante- otro 2001 puede estar a la vuelta de cualquier esquina.

Daniel Zolezzi.

Fuente: Diario La Prensa.

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