Como preguntan los norteamericanos: «¿Usted le compraría un auto usado a Alberto Fernández? ¿Y a Sergio Massa?»
Exagero, quizás con la atribución porque ¿hay algún político a quien usted puede creerle algo distinto de que sólo se deja guiar por la ambición? Ahora aparece toda una corte que habla de la humildad de Cristina, capaz de dar un paso atrás de su candidatura presidencial. Y es groseramente obvio que nadie cree en lo que dice. Como no lo cree ella, trocada ahora en mesurada analista de todo menos de lo que hizo como gobernante.
Pero esto de Cristina no puede sorprender sino a los inadvertidos. Por un lado cae en la vulgaridad de todos los delincuentes: está convencida de su inocencia. «Alicia, que está en el cielo, sabe que yo no la maté», decía Carlos Monzón refiriéndonos a una testigo inapelable. Pero por otra parte, sólo quien esté muy lejos del conocimiento psiquiátrico puede pretender contestar con razonamientos a los dichos surgidos de una personalidad psicopática, variedad perversa.
Lo grave, verdaderamente muy grave, es que todo un país esté pendiente de las decisiones de semejante personalidad a la que, por su misma constitución, no le entran las balas. Y que, además, se da otra vez el lujo de designar con dedo magnífico a su sucesor.
Nadie ignora nada de lo anterior. Pero, al mismo tiempo, nadie o casi nadie quiere confesarse que esto es la inevitable consecuencia de una falsa democracia que nos gobierna sólo con tropiezos desde 1983. Y que después de haberse reasegurado tras un pacto entre medianoches en 1994, ha degradado hasta el final a las instituciones que ya venían muy golpeadas.
Ahora votamos cada dos años en elecciones de juguete, con candidatos de ficción (¡por ahí aparece hasta Tinelli!), que se nos presentan salidos de las galeras partidocráticas. Ahora vivimos ocupados en estos «realities» principalmente televisivos que, como el demonio, logran que nadie los advierta tales.
¿A quién puede entonces sorprender que el arreglo íntimo de un ex-traidor y su amansada víctima sean hoy una torre más en el juego de mentiras a que está sometida la patria? Otros, no los argentinos, vienen manejando a esta patria para mantenerla empobrecida en cuerpo y alma. Son los únicos que hoy pueden sonreír.
Hugo Esteva.