Un pequeño escándalo se desató en torno a la situación laboral de la empleada doméstica de la Sra. Donda. En un país donde a diario suceden crímenes de magnitud, tanto de orden policial como político-institucional, el episodio es mucho menos que un episodio menor, es una insignificancia.
Pero en la Argentina minúscula en que ha devenido el país que debía ser, las insignificancias cobran inusitada importancia.
Aclaramos que no nos mueve simpatía alguna -¿será necesario aclararlo?- por la titular del INADI, pero no es menos cierto que nos rechazan las alcahueterías y el episodio en su origen tiene el indudable sello de una alcahuetería; y en su desarrollo posterior el de una lamentable comedia de equívocos.
Empecemos por el contrato “en negro” de la empleada. El 70%, si no más, de las empleadas domésticas en nuestro país está “en negro” y ello por dos razones concurrentes: la tradicional -y justificada- resistencia de los argentinos a contribuir a las arcas fiscales, que por lo general y de continuo han sido dilapidadas por los gobiernos de turno y que, inevitablemente, terminan engrosando las arcas de algunos particulares; resistencia de la cual no son ajenas las “empleadoras”. Y del otro lado, la conformidad de las empleadas que prefieren recibir sus haberes sin quitas por igual desconfianza hacia el Estado que sus patronas, cuando no, ellas mismas, solicitan no ser contratadas “en blanco” para no perder algún beneficio “social” o subsidio que han conseguido después de deambular hasta el cansancio por mostradores y reparticiones. En síntesis, en Argentina, si el Estado se esfumara de la noche a la mañana, nadie o muy pocos lo lamentarían.
Sigamos por la defensa que el presidente Fernández, alcahuete vocacional, intentó hacer de la funcionaria, comparando su caso con otro similar de un funcionario del gobierno anterior. Solamente a un minusválido intelectual se le puede ocurrir que un hecho ilegal está bien porque en el gobierno de signo contrario -¿será cierto esto último?- se cometió otro hecho ilegal parecido. Ciertamente, el presidente Fernández es un pozo insondable de ¿?, no nos atrevemos a indagar en los abismos de ese pozo.
Y terminemos con la sincera e inocente respuesta de Donda a los medios: que ella le ha dado empleo en la institución que preside, a unas cuantas personas en situación de vulnerabilidad; es decir, ella es una benefactora que en la medida de sus posibilidades, ha beneficiado a varias personas, consiguiéndoles un “puestito”. No se nos vaya a ocurrir pensar que los empleos del Estado y de los entes autárquicos, deben responder a necesidades reales de la administración, amén de tener que ser cubiertos mediante concursos de antecedentes; y no a la inversa, que sean las necesidades de las personas a contratar las que determinen la existencia de los empleos, porque se nos van a venir al humo desde los curas villeros hasta el propio Papa Francisco (que Dios lo mantenga en Roma, lo más lejos posible de estas costas).
La decadencia de La Argentina no es producto de políticas desacertadas, aunque hayan contribuido con lo suyo, si no de la permanencia en los pasillos del poder, de una corporación de políticos profesionales, verdadera partidocracia, que con invocaciones constantes a una democracia que sólo existe en los papeles y con declaraciones y gestos que van de la altisonancia a la modestia, está siempre en la palestra lista para ocupar el puesto que le toque. De la idoneidad, mejor no preguntarnos.
Alberto Santos.