Liberalismo y libertad.

La pequeñez, la corrupción, la ignorancia y el socialismo/marxismo cultural del gobierno que, bajo la hoy doctrinariamente sin límite a la vez que diluída sigla peronista, debilita hasta la extinción a la Nación argentina, ha dado lugar a una importante reacción popular de la que una parte tiende a llamarse «liberal». Esa fracción muy promovida en los medios insiste en tener el monopolio de la defensa de la libertad. Pero libertad y liberalismo son cosas distintas. Y, más, es sabido que -cada vez que pudo- el liberalismo ha sido maestro para limitar la libertad.

Bien sabido desde mucho atrás; pero inmejorablemente definido por el Padre Leonardo Castellani, uno de los más distinguidos intelectuales argentinos, a lo largo de su dilatada obra.

Dicho brevemente, el liberalismo nace con el Humanismo para enfrentar al Antiguo Régimen y se consolida a través de la sanguinaria Revolución Francesa a finales del siglo XVIII. Tomado como base doctrinaria de los recién nacidos Estados Unidos de Norteamérica, ha sido desde entonces promotor de cuanta guerra siguió pero, peor, fundador de las más hondas incomprensión e intolerancia ante lo que no se le haya parecido. Al tiempo, en materia económica ha ido volcando implacablemente todo el más noble caudal de producción y trabajo hacia la más avara especulación financiera.

Sus rebeldes hijos, el socialismo y el comunismo, no hicieron sino conservar la matriz materialista. Y trasvestidos con intensidades variables, se han enseñoreado de la cultura en casi todo el mundo. Ni hablar de Francia, Inglaterra y EEUU, tal como se ve.

Hasta aquí, ninguna novedad. Lo, en todo caso, novedoso es que esta movediza ameba del liberalismo pretenda  presentarse como una alternativa distinta en nuestra patria, ya que estuvo presente desde sus albores para separarnos aún más de la tradición española cuando la Península misma estaba ya gravemente infiltrada.

Tanto allá como aquí el falsamente democrático liberalismo pretendió instalar que la voz de la cantidad sufragante puede dar origen a la calidad, y ya van casi tres siglos que demuestran el resultado de ese dañino absurdo que se perfecciona escapando a todo tipo de elección republicana genuina. Entre nosotros, como en tantos sitios, trajo relativismo (moral, pero también jurídico y político), centralismo unitario y, promete, anarquía libertaria.

Sabemos desde los albores de nuestra cultura cristiana que es la verdad la que nos hará libres (Juan 8:31). Porque sólo desde la verdad, estricta verdad absoluta, surge la libertad de espíritu, la verdadera libertad. La que hace al hombre plantarse ante el presente con la profundidad de miras y la responsabilidad que requiere su servicio al prójimo y, por ende, a su patria.

Esa libertad de espíritu tiene fundamento en la tradición e implica el justiprecio de las verdades heredadas. Y al respecto, me complace recordar (glosaré porque no tengo el texto) un artículo de ese gran periodista y ejemplar patriota argentino que fue Manfred Schönfeld: a raíz de cumplirse un Año Nuevo judío a fines de los ochenta escribió que, frente a una duda profunda, prefería afirmarse en la tradición milenaria de su pueblo y no en la experiencia de sus entonces sesenta y pico años. Toda una inolvidable lección. 

Por Hugo Esteva.

Fuente: Diario La Prensa

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