Los viejos y buenos tiempos.

Añoro los viejos, buenos tiempos, en que los concejales del Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, se dedicaban solo a coimear otorgando excepciones al Código de Edificación Urbana o cualquier otra norma que requiriese el tratamiento como excepción de un tema.

De aquella época recuerdo el comentario de alguien que tenía motivos para saberlo porque era quien pagaba las cometas de un enorme grupo empresario: «de esa época, el único que no aceptó jamás nada fue Sebastián Borro». Y ese dato me llenó de orgullo porque Borro fue un símbolo de la Resistencia Peronista y el nombre de la toma del frigorífico Lisandro de la Torre para evitar su privatización, con la consecuencia de represión, cárcel y torturas.

Ese antecedente me recordó a otro Concejal, de la Década Infame, radical, que se negaba a firmar la prórroga de la concesión de la Compañía Hispano Argentina de Electricidad, que significaba, para cada uno de los firmantes, el equivalente a un departamento de tres dormitorios en la Recoleta. Y para el Partido Radical, no sé si algo más, pero si el dinero necesario para construir la sede del partido en la Capital Federal sobre la calle Tucumán.

Lamento no recordar el nombre de ese Concejal, que finalmente firmó, intimado por el Presidente del Partido, Marcelo T. de Alvear, aunque se mantuvo firme en no cobrar.

Pues bien, con todo lo que la corrupción tiene de repugnante, de perniciosa, los sucesores de aquellos Concejales, que ahora se llaman Legisladores de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, han fijado una nueva marca de abyección difícilmente superable: han denominado a un tramo de la calle Luis Sáenz Peña, «Autodefensa Lésbica». Es difícil imaginar cómo se puede llegar a tamaña hijoputez.

Por Enrique Graci Susini.

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