I – Pese al título, no creo que seamos un país maradoniano. Hay una Argentina tangible de gente que trabaja, que es seria y cumple con sus obligaciones. No comparto, pues, esas teorías paticortas que trazan paralelos entre el destino del 10 y el derrotero de nuestra República. Ello, aunque el uno y la otra tengan en común un lamentable desperdicio de talento.
II – El enganche pasó, en pocos años, de los cebollitas a la cúspide del fútbol mundial. Y la Argentina pasó de no existir en el concierto de las naciones, a irrumpir en su pelotón de vanguardia a comienzos del siglo XX. Ambos apogeos duraron poco. Maradona, estragado por la droga -y por su egolatría- tuvo una carrera más corta de lo previsible. Y nuestra patria, a fines del siglo que había iniciado tan auspiciosamente, ya estaba cuesta abajo. Rodada que se extiende a las dos décadas que llevamos de éste.
III – Maradona tenía un talento de excepción. Y nuestro país produce talentos excepcionales que se destacan en todas las ciencias (aunque para ello deban emigrar). Hasta allí, valgan los paralelos. Es en cuanto a derrumbes, que discrepo con ellos. Porque Maradona cayó por su personal inconducta. Por sus actos propios, dirían los juristas. En cambio, la deserción argentina de los primeros puestos, no se debe a ningún incorregible temperamento nacional.
IV – Nuestro país no cae, como consecuencia de una culpa colectiva (tipo de culpas que sirve para abonar cualquier teoría). De modo que, al sostener que todos sus habitantes son responsables de su decadencia, se soslaya la principalísima responsabilidad que en ella cabe a sus clases dirigentes.
V – Dice la Constitución que: «El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes» (art. 22). De modo que la responsabilidad de gobernar recae, inequívocamente, sobre tales representantes. Si, puestos en esa tarea, la desempeñan mal, suya es la culpa. Y, además, eso de que el pueblo designa a sus representantes, no es tan así, puesto que su elección está limitada a lo que ofrecen las listas que, a puro dedo, confeccionan los partidos políticos. En efecto, la ley 23.298 -que los rige- les otorga «…en forma exclusiva, la nominación de candidatos a los cargos electivos» (art. 2, ley citada).
VI – Puesto en claro: los partidos tienen el monopolio de las candidaturas. Suya es, por lo tanto, la mayor responsabilidad de nuestra decadencia. Y no de aquellos a quienes la ley niega mejores opciones. Obsérvese, además, que los dirigentes partidarios, se llaman a sí mismos como una nueva clase: la clase política. Se desvían así de su verdadera misión. Los políticos deben representar a las distintas clases y no constituir otra.
VII – En efecto, desde el mismo momento en el que la constituyen, comienzan a tener los intereses propios de esa clase. A los que priorizan, en detrimento de intereses de los demás sectores de la sociedad. Pruebas al canto: los políticos uruguayos, solidarios con sus conciudadanos ante el desastre del covid 19, rebajaron sus ingresos en un veinte por ciento. Nuestros representantes no fueron capaces de un gesto así. Ni lo serán.
VIII – Esa casta es aliada de otras dos. La de los empresarios que viven del Estado y la de los gremialistas millonarios. Ese tríptico dirigente, sí, vive en Maradonia. Comarca que comparten con ídolos deportivos y con lo peor de la farándula. Allí convivieron con Maradona, siempre dispuesto a codearse con los poderosos, fueran ellos Menem, Cristina o Fidel Castro.
IX – Dentro de la cancha, el 10 fue, bien merecidamente, el ídolo de todos. Fuera de ella, sólo lo es de los marginales, no de los trabajadores. Soberbio, ostentosamente rico y despreciativo, esas características intransferibles de su persona nunca fueron bien vistas por los segundos. En cambio, encajan bien con los primeros.
X – Porque marginales no son sólo aquellos que han renunciado al mundo del trabajo para ingresar en los del subsidio, las barras bravas y la militancia rentada. Lo son, también, aquellos que los emplean como banda electoral o gremial. Porque unos y otros viven, en distintos niveles, igual falta de valores. Ricos o pobres, para ellos la trampa está muy por delante de la ley.
XI – Maradona ha muerto, pero Maradonia sigue viva. Con el velorio de Diego, el gobierno montó un show que superó los peores delirios de las republiquetas tropicales que imaginaron Alejo Carpentier, Asturias o García Márquez. La Argentina real es otra cosa, pero nos gobierna la Maradonia de la corrupción.
XII – Dios perdonará al 10 sus pecados y apreciará sus virtudes. El show business que lo rodeó (políticos, farándula y representantes chupasangre) es mucho más responsable que él mismo, del mal uso que se hizo de su figura. Despedida tribunera: pobre Diego, que descanse en paz. Y arriba, juegue picados con el Loco Corbatta, Pierino González y el Cabezón Sívori. Y, también, con el Trinche Carlovich, como no. Todos ellos se lo merecen.
Por Daniel Zolezzi.
Fuente: Diario La Prensa