Tiempo atrás me preguntaba por qué en España las películas habladas en otros idiomas se doblaban, mientras aquí se empleaban los subtítulos. Hasta que colegí que el número de espectadores capaces acá de leer e interpretar a buen ritmo era suficiente para las ambiciones de los empresarios cinematográficos y, gracias a los subtítulos, podía conservarse mejor el carácter de los artistas, frecuentemente traicionado en cambio por los doblajes. Subyacía, claro, el nivel general de educación que -por lo menos en ese aspecto- era mayor entre nosotros que el de la Madre Patria. Y eso era producto, esencialmente, de la buena escuela primaria.
No dejaban de tener su gracia las interpretaciones de algunos cuasi analfabetos -nuestros maestros en materias de campo- con quienes compartimos el cine, sobre todo en la niñez: «Lo traía mal…», «Lo c… a palos», «Lo enguascó de a caballo»… Pero, claro, no mucho más en la interpretación de los argumentos.
Según se acaba de publicar, la Argentina -otrora cerca de encabezar- ocupaba en 2018 el puesto sesenta y tres en las pruebas PISA de lectura. Dónde estará hoy y dónde va a quedar con los tres años de promociones escolares automáticas, jugando a los buenos, que se anuncian.
Al paso que vamos, si se quiere mantener viva la cinematografía, creo que va a ser necesario empezar a doblar para que la gente entienda.
Buenas ideas, como la creación del CONICET (impulsor de nuestra soberanía científica según la idea de Bernardo Houssay), la de la CONEAU (controlador de la calidad de la educación superior), la de la propia ANMAT (revisora de la eficacia y la seguridad de los medicamentos), fueron cayendo por invasión burocrática. Lo que debió ser promotor de calidad ha sido casi siempre degradado a kilómetros de papel, sin contar sus inoportunos deslices ideológicos.
Y víctimas particulares han resultado nuestras universidades. Para hablar de lo que uno conoce, debo repetir que los concursos de la Facultad de Medicina de la UBA se dirimen según el kilaje de los certificados acumulados, pero sin la menor prueba de idoneidad profesional concreta. Y hay voluntad explícita de no cambiar. Así, no puede sorprender a nadie que haya, por ejemplo, profesores titulares de Cirugía que no sepan operar o investigadores que jamás hayan hecho una pesquisa que saliera de lo bibliográfico.
Pero lo más importante es -vívida experiencia de más de medio siglo- que no es tal lo que sucede con la mayor parte de los estudiantes, que se toma lo que está haciendo con más ilusión y más seriedad que los docentes. Subyace ahí una creciente estafa que debería ser urgentemente subsanada.
¿Lo va a hacer un Ministro de Educación, temeroso de gremios impresentables, que hace fuerza para paralizar la enseñanza bajo cualquier confuso pretexto? ¿Lo va a hacer un Presidente de la República cuyos pergaminos universitarios nadan en la gama de los grises?
Entiéndase, personajes de ese calibre no representan a sus compatriotas. Han llegado de la mano de una falsa democracia y la siguen degradando cada vez.
No tienen nada que ver con la gran cantidad de argentinos que trabaja seriamente en todos los estamentos y rincones del país: causa profunda de que esto se mantenga vivo a pesar de sus inferiores dirigentes.
Por Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa