A raíz de la aprobación de la ley que permite el asesinato del seres inocentes e indefensos, la Conferencia Episcopal Argentina ha emitido un severo documento condenatorio.
La primera pregunta que surge es: ¿Por qué no lo hicieron antes de la sanción de la ley? ¿Qué esperaban? ¿Que una corporación envilecida y degradada por la política partidista, digitada por una Vicepresidente procesada por asociación ilícita y enriquecimiento indebido en ejercicio de la función pública, de buenas a primeras, viera la luz y rechazase el proyecto ignominioso?
Es cierto que en vísperas del tratamiento en el Senado, Mons. Ojea (Quintana) -que ese es el doble apellido paterno de monseñor-, en su carácter de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, emitió un quejumbroso documento manifestando la preocupación de la Iglesia por el proyecto de ley que se iba a tratar. Pero la pregunta que no halla respuesta es: ¿Por qué monseñor y sus colegas no usaron todos los recursos de que disponían para evitar que el Senado de la Nación cometiese la canallada que ha cometido? ¿Por qué no hicieron pública la sanción eclesiástica que corresponde a quienes atenten contra la concepción de la vida y/o la continuidad del embarazo? ¿Temían acaso la descalificación, tan comunmente usada por la progresía, de oscurantismo y mentalidad retrógrada en una cuestión de la gravedad del aborto y su legalización? ¿Y si fué así, dónde quedó la obligación de proclamar la verdad y denunciar el error (crimen, en este caso) que es inherente a su investidura? ¿Por qué no usaron todo el peso de la misma y la proverbial capacidad negociadora de los prelados eclesiásticos, para reunir una mayoría contraria a la aprobación de la ley? ¿Y si lo intentaron y no lo lograron, por qué no denunciaron pública y contundentemente a quienes impidieron su éxito?
No queremos dejarnos llevar por la indignación pero tampoco podemos olvidar que Mons. Ojea (Quintana), siendo obispo de San Isidro y presidente de Cáritas, no vacilaba en repetir admonitoriamente las consignas que La Cámpora escribía en las paredes, vgr.: “La deuda es con el pueblo, no con el FMI” y otras manifestaciones de prudencia y sabiduría política similares; o que el obispo de Luján-Mercedes, teniendo en primera fila a la plana mayor del kirchnerismo, voceaba alborozado la consigna “¡Patria sí, colonia no!”, buscando concitar la condescendiente aprobación de los asistentes. No vamos a abundar para no ahondar la desazón de la feligresía, pero quede claro que denunciamos una connivencia escandalosa entre la clerecía progresista y el progresismo de izquierda o de centro (que en realidad es uno solo: progresismo a secas). Es decir, denunciamos la connivencia intelectual de quienes, prelados o de a pie, religiosos y laicos, se revuelcan en el mismo pozo séptico.
Si a alguien le queda un atisbo de duda, nos remitimos a una última prueba: Mons. Ojea (Quintana) mantuvo cerrada las iglesias de su diócesis, conforme a lo dispuesto por el Presidente de la Nación (en violación de la Constitución Nacional) y a lo recomendado por el increible neo-biólogo Ginés González García, el mismo que aseguró en el Congreso de la Nación que el embrión humano es “un fenómeno” carente de vida. Las iglesias cerradas, pese a la reiterada solicitud por escrito de cientos de fieles, que pedían la reanudación del culto público debido a Dios.
Párrafo aparte merece el obispo Sanchez Sorondo, autor de una tibia lamentación sobre la legalización del aborto en nuestro país, dado que el pontífice reinante es argentino de nacionalidad.
Pena tener que mencionarlo. Está fresca en nuestra memoria la incansable prédica de su padre, con quien nos unía una entrañable amistad y una comunidad de ideas respecto de valores y principios inconciliables con la tortuosa conducta del presidente Fernández, a quien -junto a su concubina- el obispo Sanchez Sorondo dispensó la Comunión. Recordamos asimismo, que el abuelo del obispo Sanchez Sorondo, en su breve gestión gubernamental, realizó una férrea campaña en defensa del orden social y de la paz interior de la República, y que la firmeza con que la llevó a cabo le valió la reprobación de las izquierdas y diversos motes políticos descalificatorios, sin que ello menguara sus convicciones. Estos eran los antecedentes morales del obispo Sanchez Sorondo.
No pretendemos inmiscuirnos en el ejercicio del ministerio episcopal. Sabemos que en determinadas circunstancias el sacerdote puede otorgar dispensas que no son accesibles al resto de los fieles en circunstancias ordinarias; pero no podemos menos que sorprendernos esta vez, ya que el Sr. Fernández, que en la plataforma electoral y en la campaña que lo llevó a la Presidencia dejó claramente establecido que iba a impulsar una legislación permisiva de la interrupción voluntaria del embarazo, recibiera la comunión de manos del presidente de la Pontificia Academia de Ciencias, con la sonriente anuencia del Sumo Pontífice, según se ve en la foto que trascendió.
Aquí no hay margen para error de ninguna naturaleza ni para lamentaciones a posteriori de los hechos: el Sr. Fernández lo anunció desde el llano y, ya electo y en funciones, lo propició. Fuee, quizás, la única promesa electoral que se empeñó en cumplir, y la cumplió.
El obispo Sanchez Sorondo y el obispo de Roma (esa es la diócesis del Papa), a juzgar por lo que se conoce, fueron cuando menos tolerantes y permisivos con quien proclamaba propiciar el asesinato de seres humanos inocentes e indefensos. Esta connivencia es todavía más repugnante que la señalada anteriormente y todavía más oscura. Es la connivencia entre el delito y las cabezas del orden moral, es la peor de las corrupciones: la subordinación de lo bueno a lo malo, de lo mejor a lo peor.
Alberto Santos.