El mundo lleva más de tres meses deambulando tras el corona virus. Casi nadie sabe nada de él, pero la catarata de opiniones a su alrededor abruma tanto como su capacidad de contagio, aparentemente poco vista y muy estimulada por la cantidad y frecuencia de los viajes internacionales. Todo tipo de teorías lo adorna pero, en general, una es más descabellada que otra. Lo que sí surge con la más clara evidencia es que, fuera del común de la gente que sólo sufre sus consecuencias, hay una serie de buscadores de poder (poder en cualquiera de sus sentidos) que quieren sacar provecho de él.
Están por una parte los que desde sus escritorios niegan que haya una pandemia. No tienen el menor contacto con los enfermos ni con quienes los tratan, pero en el fondo dan a entender que ni unos ni otros existen. Que todo es un invento de diferentes poderosos del mundo, que vienen por todo. Se encuentran ante a una enfermedad muy contagiosa que ha aparecido simultáneamente en muchos países y esa es exactamente la más elemental definición de pandemia. Pero no lo creen; prefieren suponer que hay esparcidos por el mundo miles -cientos de miles- de bioquímicos y médicos que fraguan exámenes de laboratorio o inventan cuadros clínicos, en complicidad estúpida con una enfermedad de la que sólo pueden esperar su bien demostrado riesgo. O que esos mismos profesionales han sido cegados por geniales maniobras de inteligencia perversa que les hace ver exageradamente lo que no pasa de ser una gripe común. Basta haber tenido cerca a uno de los infectados para darse cuenta de que esa gente, por mayor buena voluntad que ponga, está presa por la mentira.
LOS EXPERTOS
Por otra parte, están los expertos. La mayor parte, siempre a mano de la radio y la televisión. Cuando menos en nuestro país, esa clase de expertos no trata a los enfermos de corona virus. Se han limitado a aconsejar una medida que Dios mediante será efectiva para reducir las víctimas, pero que es más vieja que el arado. Desde siempre, la medicina ha echado mano del aislamiento en cuarentena cada vez que se encontró con una enfermedad veloz y masivamente transmisible ante la cual no tenía una terapéutica adecuada. Después, al aislamiento se ha agregado toda clase de medidas de eficacia relativa o ridiculez absoluta. Recordemos si no, con la mayor benevolencia, las bolsitas con pastillas de alcanfor que nos colgaron al cuello durante las epidemias de poliomielitis hata que apareció la vacuna.
En medio, andan los opinadores y oportunistas en busca de su minuto de popularidad y gloria. Y, mucho peor, los que encuentran en la enfermedad su momento para lucrar.
Entre estos últimos se alinean desde el tendero que remarca en contra de sus vecinos, hasta los grandes intereses que planean quedarse con aquello lo que otros tengan que liquidar porque el freno económico los haya llevado a la bancarrota. Eso les va a suceder a pequeños y medianos comerciantes, empresarios y, en general, productores en manos de financistas que no van a dejar pasar este interesante tren, que marcha a la velocidad propicia para el asalto. No lo van a dejar pasar los usureros del Occidente neoliberal, pero tampoco los equivalentes calculadores del socialista Estado Chino. Que lo digan si no los empresarios norteamericanos y europeos que invirtieron y/o se mudaron para ir a producir en el país de la mano de obra esclava barata y se dan cuenta ahora de que lo único que van a poder vender -también baratas- son sus empresas, con tecnología y know how incluidos. Porque, por causa o consecuencia del natural o artificial, escapado o instilado, corona virus, el arrebato de la piñata económica se va a ver fuerte y caótico como pocas veces.
A nuestro país le va a tocar su acostumbrado, pero esta vez incómodo, papel secundario. En materia de salud, ministro y expertos se van a escudar tras la bamboleante palabrería de la Organización Mundial de la Salud -a cuya burocracia todos ellos aspiran- que, si se ocupa activamente de fomentar la matanza de niños por nacer, con más razón va a favorecer la eliminación de quienes están hacia el final de la vida en que es especialista este virus agresivo con los débiles. En esa corriente, ya se observa, busca fortalecerse el Presidente virtual generando vergüenza ajena frente a gráficos que entiende a medias y hablando con una combinación de suficiencia de torvo pibe de barrio y superficialidad de viejo político, vicio que por otra parte no deja dudas respecto de cuál ha de ser su calidad como profesor universitario.
Suficiencia basada en la ignorancia de quienes se jactan de haber declarado el aislamiento con el diario del lunes; pero van a tener que explicar cómo no fueron capaces de conducir un verdadero seguimiento de los primeros enfermos y sus contactos, con pruebas de laboratorio y autopsias controladas entre otras cosas, y especial vigilancia en villas y barrios superpoblados. Una trazabilidad que hubiera enseñado mucho y quizás hasta reducido la bastante benévola incidencia actual.
Lo cierto es que la enorme mayoría de los que hablan no sabe nada serio sobre la enfermedad provocada por este virus novedosos. Pero abunda en la mentira. Sólo los médicos -verdaderos médicos, no cubanos sin matrícula ni conversadores profesionales- que se exponen en la primera línea de la lucha, van aprendiendo cómo y por qué mueren muchos de sus enfermos, cómo y por qué se recuperan otros. Son los únicos autorizados a opinar, digan lo que vociferen los expertos; pero están trabajando de verdad, con riesgo y sin tiempo para las representaciones. De ahí también puede surgir el buen ejemplo que termine con esta pandemia de falsedades concertadas o concurrentes. Y ese ejemplo, al generalizarse, puede llegar a abrirnos los ojos para encontrar cómo sacarnos de encima a todos estos jabonosos políticos y economistas que viven hasta de la pandemia, y a partir de esa base empezar a construir una república genuina.
* Ex Profesor Titular de Cirugía (UBA). Ex Jefe de la División Cirugía Torácica del Hospital de Clínicas (UBA).
Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa