¿Para qué matar?­

Si bien hoy se ha impuesto de hecho que hay asesinos buenos que hasta ocupan puestos en el gobierno y el resto de los poderes del Estado, o que dirigen organizaciones políticas que no se pueden cuestionar, nuevos mecanismos de aniquilación mucho más siniestros se ponen en práctica con una frecuencia que, sin embargo, no parece inquietar a la mayoría que va tolerándolo todo e incluso aceptándolo como apropiado para no desentonar.

Sin sangre, pareciera ser la premisa implícita. En el actual estado de revolución cultural basta con efectivos disparos de consignas para destruir la vida de los contradictores. Todo está perfectamente coordinado: sus generales, oficiales y soldados están apostados desde hace tiempo en los cargos estatales, en las corporaciones políticas, en los movimientos sociales y cuentan con el apoyo logístico y propagandístico mediático.­

Es cierto que en estamentos diversos y aún en sectores aparentemente opositores muchas veces las reacciones son débiles, timoratas o hasta cómplices; sea por miedo, por intereses, por respeto al qué dirán o sencillamente por falta de agallas para exponer argumentos de fuste que los pongan en el centro de la escena.­

Ejemplos del procedimiento hay a diario. Si alguien simplemente se dice ofendido al considerarse discriminado y se trata de una declaración probadamente  infundada, el supuesto ofensor, aunque demuestre que no es cierto,  de todos modos pide perdón. El pretendido agraviado, jamás; y menos, si pertenece a alguna nueva minoría ahora encumbrada al podio de los intocables.­

­CASOS PEORES­

­Pero puede haber casos peores. Así como a un médico lo condenaron a ser un paria por no haber hecho un aborto en el caso de un embarazo de cinco meses (siguiendo estrictamente lo que mandaba la ley) -y hoy incluyen su caso en la reglamentación de la ley de aborto pero adrede tergiversado para amedrentar-, será igual en muchas ocasiones  y en cualquier ámbito. ­

Lo mismo podrá hacerse, por ejemplo,  con la institución educativa o alguno de sus miembros que se oponga a admitir determinadas enseñanzas contrarias a su ideario, o a no aceptar la inclusión de personal o alumnos con géneros autopercibidos diferentes a los de su propia e indisimulable naturaleza.

Un juez que, siguiendo a pie juntillas lo que mandan los códigos, la jurisprudencia, la constitución y los pactos internacionales en vigor, falle en contra de un llamado colectivo al que le está permitido violar toda norma, podrá ser destituido. Sólo bastará el argumento ideológico para decretar el fin de su carrera, su futuro y destruir su buen nombre.

Del mismo modo para quien se oponga a recetar o vender determinado medicamento. O a aquellos que escriban cosas como éstas.

Pero, podrá llegarse al punto de le que ocurra simplemente a quien las viva sin reparos; tal como está funcionando el mecanismo deleznable pero funcional  y cada vez más arraigado de la delación, que era algo instintivamente mal visto desde la escuela primaria.­

EL TEMA DE LA FE­

No hablemos de la fe. El hecho de profesarla y no ocultarla ya es considerado hoy como un atropello, un insulto y, quien sabe, en cualquier momento, un delito.

Por desgracia, muchas veces, las voces que debieran alzarse están ausentes y sus discursos adoptan el lenguaje al uso, en aras de una tolerancia o prudencia que sólo dan muestras de no estar a la altura de las responsabilidades que les competen. ­

Que no haya sangre, al menos por el momento, no es signo de ausencia de persecución y saña. Las hay y de la manera más sutil y perversa pero no menos grave.­

Basta recordar aquello de: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna»

Por Juan Martín Devoto.

Fuente: Diario La Prensa

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