De los psicólogos se espera que conozcan acerca de los mecanismos de funcionamiento de nuestra psiquis y, desde ahí, colaboren con su normal funcionamiento sobre la base de desentrañar conflictos y aportar consejos. Los psiquiatras, en cambio, son primero médicos: como tales tienen la tradicional tarea de examinar, diagnosticar y, así fundados, tratar. Ese tratamiento puede ser psicoterápico y/o o medicamentoso, y en esto último tienen la exclusividad propia de la profesión.
En el caso de los psiquiatras la obligación del diagnóstico debería ser fundamental, aunque no siempre se la cumpla y haya con frecuencia quienes abusen del tratamiento “sintomático” sin más honduras. Pero baste un ejemplo para señalar esa importancia: una madre con un hijo esquizofrénico tiene absoluta necesidad no sólo de conocer el diagnóstico, sino además de ser informada con detalle acerca de la pérdida de la capacidad afectiva que la enfermedad conlleva, para no agregar el dolor de creer que no se ha sabido hacer querer.
He aquí pautas básicas que seguimos quienes tenemos que derivar pacientes a los respectivos especialistas. Y eso con la debida discreción del secreto profesional. Pero que funcionarios se den el lujo de recomendar públicamente el tratamiento psicológico a interlocutores que se encuentran en situaciones de inferioridad respecto de ellos, no sólo habla de prepotencia y malpraxis, sino que destaca falta de caridad.
El colmo es que lo haga el Presidente de la República. No sólo porque es otra faceta de su muy ostensible mal gusto general. No sólo porque echa otra vez por tierra su empaque de profesor universitario de segunda selección. Es más grave porque, además, una actitud así pone su investidura al ras de los eventuales interlocutores. Y aunque se pueda decir que hubo antecedentes con el “gordito” de Alfonsín (mucho más ingenioso, es cierto, y en la “barricada”) o con el “Harvard” de Cristina (titubeante ante el posible inglés de la reunión), sentar jurisprudencia con esos deslices baja demasiado el nivel de una Magistratura que debería representarnos a todos los argentinos.
Ya está visto que la cosas no son así. Esta gente ha perdido el respeto de sí misma torciendo por la tarde lo que ha dicho a la mañana con una gala de hipocresía que raya en lo patológico. Y, hablando de lo patológico -aquí sí, en términos psiquiátricos- ha puesto en manos de una personalidad psicopática de variedad perversa la conducción profunda del Estado, con lo que acerca cada día más al abismo la paz de la Patria. Porque, nadie se engañe: las personalidades psicopáticas perversas necesitan siempre más conflicto. Son insaciables tanto en el orden privado como en el público. Y eso no se arregla ni siquiera animándose a mandarlas al psicólogo.
Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa