La Psiquiatría llamada clásica distingue tres grandes tipos de condiciones patológicas: las neurosis, las personalidades psicopáticas y las psicosis. Todos tenemos, en grados diferentes, ciertos rasgos neuróticos que habitualmente hacen sufrir a quien los presenta y acercan por eso a la consulta terapéutica. En el otro extremo, los psicóticos -a los que la gente llama vulgarmente locos- han perdido el juicio de realidad y en oportunidades requieren permanecer largamente internados bajo vigilancia. Quedan en medio las personalidades psicopáticas, muy difíciles de manejar.
Personalidades psicopáticas son, por ejemplo, los violadores. Que vuelven a violar cada vez que tienen oportunidad, a pesar de tratamientos y castigos. A riesgo de dejarnos entre paréntesis la noción del libre albedrío, estos enfermos no cambian, no vuelven atrás con ningún tipo de terapéutica. Y hay un tipo de personalidad psicopática que, dueña de este drama -que no sufre ella por falta de conciencia de enfermedad, pero que lastima profundamente a sus próximos-, suele convivir sin delitos evidentes con sus semejantes. Se trata de la personalidad psicopática perversa, cuyas perversiones causan mucho daño pero no siempre entran en los códigos que regulan estigmas sociales.
Tiempo atrás pusimos por escrito en estas páginas, como en otras, nuestra persuasión de que la actual Vicepresidente de la Nación presenta esa patología de la que su permanente e insaciable necesidad de conflicto es síntoma cabal.
Sabido esto, podrá tenerse claro que ningún orden de arreglo, acuerdo, concertación es ni por asomo posible frente a una tipología así, que no dudará en emplear maniobra alguna para mantener viva la rispidez hacia los demás que la determina. Pricipalmente porque, ni por asomo, tienen estos pacientes conciencia de enfermedad.
Sin embargo, lo más grave en nuestro caso es que un país entero esté encerrado detrás de una patología irreversible. Se entiende que haya quienes saquen provecho, aunque con reverencial temor, de ser sumisos ante semejante jefatura. O que un número importante de votantes no contenidos por ninguna otra opción se sientan atraídos por un carácter sólido aunque enfermo. Y que una oposición política debilitada por sus propias quebraduras, sea incapaz siquiera de describir con claridad que nuestro drama nacional es estar pendientes de la anomalía y hacerle el juego.
Nada de eso es casual. Un sistema político progresivamente enfermo, cuyo golpe de gracia surgió del pacto de Olivos entre Alfonsín y Menem que ha terminado de deformar a la Constitución, hace imposible que nadie vote sino por candidatos a los que desconoce. Y que medios y periodistas comprables -hay apenas que recordar sus idas y venidas entre posiciones absolutamente encontradas- puedan promover a meros polemistas sin la menor capacidad para gobernar y ni siquiera dar opiniones concretas sobre lo que se debe hacer. Conversadores de la inconsistencia cultural al servicio de la disolución.
Eso sí, al cabo de las últimas elecciones ha surgido una novedad: el gobierno -como los psicóticos- perdió el juicio de realidad. Y esto no es una figura retórica.
Haber querido transformar una derrota en triunfo pronostica cómo se va a deformar, por enfermedad profunda del sistema, todo orden de hechos. Y semejante aberración no sólo en manos de un Presidente incapaz para la tarea que simula llevar a cabo. En manos de todo un conjunto de logreros sólo homogeneizado por las peores ambiciones.
El gobierno “está psiquiátrico”. Es muy grave.
Por Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa