Pasado un tiempito y más calmas las aguas, parece oportuno aportar alguna reflexión acerca de ciertas imputaciones que, en los últimos tiempos, se hicieron al seleccionado nacional de rugby.
Se achacó a los Pumas que el homenaje que hicieron Maradona fue insuficiente y, casi al mismo tiempo, se «descubrieron» algunos mensajes en las redes en los que algunos de ellos -en su adolescencia- hicieron desagradables comentarios discriminatorios.
Vamos a lo primero. Por lo visto, se ha considerado que fue poca cosa que los Pumas salieran a la cancha, en ocasión de importante partido internacional, con un brazalete negro en el brazo derecho de su camiseta. Aquí cabe preguntarse ¿Qué otra cosa debieron haber hecho, en señal de duelo, por la muerte «del 10»? ¿Debían llorar tendidos en el césped? ¿O, tal vez, debían tomar la casa de gobierno de Australia, país en el cual jugaron, como lo hicieron aquí los barras bravas con la Rosada?
En primer lugar, con todo respeto murió una estrella del deporte, no San Martín, ni Belgrano. Si estos próceres hubieran muerto diez días antes o después que Diego Armando… ¿hubiera habido tanto revuelo? La respuesta negativa parece la más probable. Las exageraciones, más que homenaje, son utilización política de un finado. El brazalete negro de los Pumas no me parece un homenaje corto.
Todo indica que, tras las carnestolendas fúnebres que se instalaron -con alta participación oficial, sin mengua de lo espontáneo- alguien quiso instalar un conflicto entre el rugby y el fútbol. O mejor dicho, entre la gente que sigue a uno y a otro deporte. Con ese propósito se pintó al primero como un deporte elitista -aunque nunca lo fue- y al otro como uno de gente humilde, cosa que, si alguna vez fue cierta, hoy ya no lo es.
Todo esto, a los que somos tribuneros de esos deportes -y de algunos otros- hace que nos surjan algunas preguntas. Si se trata de homenajes de un deporte al otro. ¿Alguien recuerda que acaso los equipos de la AFA entraran a jugar con brazalete negro, cuando murió Pascual Pérez, primer campeón mundial argentino de boxeo? ¿Y, cuándo murió el «Chueco» Fangio, cinco veces campeón del mundo de automovilismo…¿se pusieron, acaso, a media asta las banderas de las canchas de fútbol?
Y que fueron campeones de deportes individuales y no de once ni de quince. Y que Pascual se coronó en 1954 y de visitante. Y que Fangio también lo era en Europa donde ganó su primer mundial en 1951. Anotemos, Fangio 27 años y Pascual otros 24 antes de que obtuviéramos en fútbol un título mundial como locales. Y con el apoyo del terceto Menotti, Videla y Lacoste. Pascual y el Chueco, sí que «nos pusieron en el mapa».
No está de más recordar que ambos, de origen humilde, siempre tuvieron una correctísima conducta personal. Basta, pues, de pavadas y de cinismo. Que los «hackeadores» y los que se mueven detrás de ellos, ejerciten un poco la memoria.
Por otra parte, como dijimos, se han«hackeado» las cuentas de tres Pumas para resucitar comentarios suyos discriminatorios. Hechos en la adolescencia, pero igualmente repudiables. Pero que no me digan, ahora, con que son cosas propias del rugby. Nadie que vaya a una cancha de fútbol ignora los cantitos racistas y despectivos que dirigen las hinchadas de un equipo a las contrarias. Por ejemplo, a la de Boca, a la que se acusa de estar integrada por «villeros»y por inmigrantes de países vecinos. Ni un sordo ha dejado de oírlos. Ni qué decir de las glosas antisemitas que las hinchadas visitantes cantan en el estadio de Atlanta.
Lo discriminatorio no es patrimonio de un solo deporte. Cuando se dice la verdad, hay que decirla toda. Silenciarla en parte, es mentir por omisión. Y con alguna finalidad.
Por Daniel Zolezzi.
Fuente: Diario La Prensa