
Vergüenza ajena e ignorancia.
A esta altura es grande el riesgo de caer en la vulgaridad poniendo de manifiesto la vergüenza ajena que provoca oír a nuestras máximas autoridades en el común gran de sus expresiones. Desde las del balbuceante canciller hasta las contradicciones presidenciales, que opacan a un largo conjunto de ordinarios personajes encumbrados, son motivo de creciente sonrojo.