El proverbial reducido dominio del idioma castellano entre nuestros políticos y, particularmente, el más desnutrido de los oficialistas, hace que permanentemente echen mano de la anodina muletilla del «tiene que ver».
¿Qué quieren decir? ¿Relacionan, como se supondría, un concepto con el siguiente? Nada de eso, obsérvese y se verá que se trata de apenas una expresión anodina para seguir hablando sin la menor ilación entre una frase y la otra. Pero, al mismo tiempo, una demostración más de ese vacío conceptual con que nos castigan a diario.
El vacío, claro, requiere ser llenado y lo es rigurosamente con falsedades.
Un adalid de semejante actitud, fuera del Presidente y maestro, es el despeinado vocero, nieto del mítico -y mitómano- Cafiero (Cafierito, según Perón). En esta versión, como siempre, el cafierismo es fiel a la consigna de oscurecer cada vez que se aclara. Véanse, si no, sus explicaciones para las nocturnas visitas de trabajo a la quinta de Olivos. Pero no es el único.
Los demás son los principales candidatos oficialistas. De distinta laya, pero con una inesperada condición en común ya que se ha nominado a los más antipáticos, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. Porque el de la Capital no lo es tanto; apenas es fiel al vacío con su aprendido libreto, que repite hasta el cansancio de sus oyentes, porque él es incansable.
RENOVADA DEMOCRACIA
Si en cambio hubiese que considerar en serio la expresión «tiene que ver», habría que hacer un inevitable recuento a partir de la renovada democracia que viene asolando al país desde 1983. Porque los profundos derrapes que nos desorientan ahora «tienen que ver» sin dudas con las patinadas que surgieron en los hoy maquillados tiempos de Raúl Alfonsín. A saber, entre otras:
* La Universidad de Buenos Aires quedó prolongadamente en manos del profesor Shuberoff: cultura setentista, prepotencia gremial afín, plétora, negocios. que no han dejado de construir su decadencia a pesar del autoponderado bicentenario. Por entonces, el Congreso Pedagógico se les volvió felizmente en contra.
* El destape inició los vientos que nos han traído los lodos del sexismo, la inclusión antinatural, y toda la degradación que culmina en el Documento de Identidad no binario.
* La multiplicación de los vagos que iniciaron Alfonsín y Menem con la inclusión del tercer senador y toda su cola de asesores a través del Pacto de Olivos; y después los piqueteros y afines, hasta su inconcebible reconocimiento gremial.
* El centralismo unitario a través de la consagración de los partidos políticos como única forma de representación popular, surgido del mismo pacto para degradación de la democracia.
* El socavo de las Fuerzas Armadas, invariablemente perseguidas a través del desconocimiento de su naturaleza fundada en la obediencia imprescindible y ahora burladas con el nombramiento del montonero Taiana para golpearles el alma.
* Y, peor, tomando como punto de partida su resentimiento respecto de las Fuerzas Armadas y contando con una acobardada cúpula militar, Alfonsín inició una taimada desmalvinización que los mandos ingleses ni siquiera se hubieran atrevido a imaginar. Con letra y música de rock nacional, su costado cultural degradó a los héroes que dejaron su sangre en las islas y frenó a favor del enemigo cuanto equilibrio bélico se hubiera podido cimentar. Su gobierno, beneficiario innegable de la derrota, hizo todo lo posible para profundizarla en todos los órdenes. Como hoy.
LA PATRIA DERROTADA
Pero el gobierno surgido de la derrota no estuvo solo. Sonando en armonía con el negocio de cantidad de políticos vinimos a saber tiempo después, de los propios labios de una entonces joven abogada exitosa, que también ella había formado parte (vaya a saber por qué, habiendo tenido que viajar desde su lejano domicilio patagónico) del grupo que, junto a la estatua de Belgrano en Plaza de Mayo, fue a gritar por la destitución del gobierno en el atardecer del 14 de junio de 1982; mientras un nutrido puñado de patriotas se reunía frente al otro ángulo de la Casa de Gobierno, ofreciéndose una vez más para viajar a las islas a repeler la rendición. A la abogada le fue mejor: viene hace tiempo roncando fuerte en la patria derrotada.
No hay duda de que todo eso sí tiene que ver. Como lo tiene la hipocresía de un primer mandatario que anunciamos desde que se lo candidateara. Hipocresía hoy inocultable, que culmina echándole la culpa a su «queridísima» mujer de la violación de las normas sanitarias que él proclamaba en todos los tonos.
Hipocresía que quiere ahora disimular su falta de autoridad para impedir lo que hubiera debido, bajo una lacrimosa careta que no es de hombre.
Por Hugo Esteva.
Fuente: Diario La Prensa